sábado, junio 04, 2005

Week End

Ahora que todo es pasado, quise ir a Cap Ferrat por un par de días. El mar me recuerda un tiempo especial de felicidad.
Llegué en un auto alquilado, me gusta llegar al amanecer, una hora en que nada es concreto, la promesa de la imprecisión. Sobre la carretera, desde arriba, filtrado apenas por la bruma, la ciudad desmenuzada frente al mar, todo estaba entre lo blanco, lo rojo y lo azul; Viejas casas, herrumbrados hoteles, arena, piedra, mar y cielo. Noté que era otoño, otra vez.
Sí, yo sabía que iba a ser diferente, sin embargo, en ciertas esquinas, verifico que lo que fue, insiste en existir, no claudica.
Por la calle sólo se ven turistas a punto de aburrirse, hombres ya retirados y mujeres más cerca del estrógeno que de la progesterona.
Camino y me demoro sospechosamente frente a una casa con la puerta firmemente cerrada a mi paso.
Vine a buscar algo, algo que una vez tuve y perdí, algo elemental, en realidad, es algo que poseo y no puedo encontrar.
Vivir es traicionarse, he traicionado al joven que soñó en este lugar.
Tenía 20 años, una etapa difícil, confusa. No tenía la valentía para hacerme cargo de mi vida. Ser responsables de nuestras vidas es rodearnos de la gente y de las cosas que uno elige, rodearnos de las cosas que realmente nos hacen felices. Ser libres
En esta playa la conocí, en esta playa la amé, en esta playa la dejé.
Regresé para recordar sentimientos.
Desde mi ventana, en el hotel, veo un viejo árbol conocido, desde el grueso tronco central suben ramas retorcidas, que derivan en otras más angostas, pero igual de largas, sobre una en particular a veces veo un gorrión, a veces un vendedor de arte de Estrasburgo, a veces un búho, a veces una mujer desnuda, a un fakir en bicicleta, etc..
No sé si soy un cretino o un sordo, estoy en la playa, y, como en las películas, no escucho las necesarias gaviotas, escucho silencio.
Me saco los mocasines, siento la arena tibia bajo mis pies. Veo el dolor que había en sus ojos, dolor que yo provoqué. Empecé a escuchar algo, no sé si era un grito o un susurro de soledad.
Me amaba ciega, locamente, como sólo una adolescente puede amar.
¿Cuál habrá sido mi miedo? Quizá perder algo que poco tiempo después habría de perder. La cobardía se niega al olvido.
Sin arrepentimiento me digo, me repito.
No la vi llorar, sólo nos abrazamos. Era una mujer de rara honestidad, cabal, jamás me hizo sentir presión alguna, nunca mas volví a saber de ella, quizá nunca vuelva a verla, pero su imagen, el fulgor de su mirada, el reír sonoro, ilumina mi recuerdo con una gozosa tristeza.
Nunca le des la espalda a alguien que te ama.
Es curioso, soñaba con algo exótico, y lo único que tengo es la colección de un turista playero: un caparazon de caracol abierto, unido por uno de sus lados, completamente vacío.

“le mer, tojours recommence”
Paul Valerie

SALUT!!