sábado, mayo 14, 2005

Sol Crepuscular

Llegando el sol crepuscular, no aquel negro de Durero, quiero cerrar mis ojos y pensar hacia atrás. Siento esa obstinada necesidad de constituir recuerdos donde la memoria se disuelve.
Estoy en estado gozoso de militar en la religión de la vida, que es la religión de los curiosos. No pretendo hacer un inventario de mi existencia, sólo tomar distancia.
No he sido dueño de mi vida, o lo he sido a medias; he sido víctima, he sido cómplice, he sido autor. Los elementos fueron el azar, la libertad, la decisión. Hubo momentos en que el dolor superó al placer, claro, pero si uno no se encariña con la pena, la pena pasa. No he sido inmune al deseo; también me he saboteado de las maneras más diversas, más absurdas, más graves; he inmolado largos años en los altares portátiles de las cosas coleccionables: mariposas, libros, dinero, conocimiento, gente, etc.; he cumplido con unción los ritos sacramentales del amor. Todos. No conozco otra pasión más que el amor, no conocí otro amor que el de mujer, ni otra violencia que la de la cremallera. No conozco otra pasión que Buenos Aires, no conocí otro amor que París, ni otra violencia que Madrid.
Mi profesión y, sobre todo, el amor son una decisión libre, pero también son una fatalidad irrenunciable. Hay coincidencias, tantas cosas que a través de los años no están resueltas, casualidades; se encuentra uno o no con la mujer que uno ama, es un accidente, y también hay elección, hay que saber elegir. Quizá lo que me hubiera gustado hacer, y lo que he hecho, a veces, cuando me ha ido bien en la vida, es saber elegir mi fatalidad. Toda elección implica una renuncia. Uno es una suma, mermada por infinitas restas.
De repente tengo el recuerdo de los 12 años de mi hija, cuando la dejé en un colegio de las afueras de Berna. Yo volvía en el auto y, por el espejo retrovisor, miré hacia atrás y, como en una pantalla cinematográfica, la vi a ella, con las hojas del otoño cayendo, las solapas de su abrigo levantadas. Sentí mucho dolor, pero la dejé con la seguridad plena de estar haciendo lo mejor para ella, en ese momento y, fundamentalmente, con la seguridad plena que volvería a verla. Ya volvería yo por ella. Ya volveré yo por unas cuántas cosas. Uno vuelve siempre por las cosas que ama o pudo amar. Cándida confianza en las segundas oportunidades.
Me corrijo: la vida es la religión de la esperanza.
Hoy, a la distancia, de todo, elijo ser cómplice. Será por que ya siento cierta inexorable fragilidad a velocidad crucero.
De nada sirve culpar a la época, todos, a lo largo de la historia, creemos haber nacido en la peor. La mía es una época cómica que ve en el Dr. Schweitzer a un gran sabio; en que una máquina puede traducir esto más rápido que un hombre, o un animal.
Tampoco culpar a la influencia de las mareas en el corazón de los hombres, acaso a impericias, inhabilidades o situación planetaria. Nada. Tuve que aprender por mis medios la diferencia entre latitud y longitud. Hice lo que pude.
Parafraseando a Simone de Beauvoir, lo que viene es la plenitud de mi vida.
Largo aliento, vasta distancia, ancho horizonte. Ya ni sé cuántos cañones por banda.

“yo es otro”
Rimbaud

Salut!!!

1 Comments:

At 4:35 a. m., Anonymous Anónimo said...

muy rico y muy honesto, de lo poco bueno que he leido hasta ahora en los blogs
continue que seguramente ud esta haciendo falta

 

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