miércoles, mayo 18, 2005

Politica

Cuando era estudiante universitario ser un “ser humano” implicaba tener una postura política clara, sin reveses. Todos (la mayoría) éramos de izquierda. Para nosotros (aquellos) es común escuchar a gente, que teniendo en cuenta nuestro pasado, nos hacen notar la falta de interés de los jóvenes en la política, es que hoy a los jóvenes la política no les interesa para nada.
En realidad creo que nosotros no teníamos una militancia política, lo nuestro era una práctica revolucionaria. La revolución es incompatible con la democracia, nosotros odiábamos a los políticos, hoy hemos aprendido que son, con todo, necesarios. La democracia exige un ejercicio político inacabable, se basa en el diálogo, por eso me causa gracia cuando ante el menor conflicto se “llama” a dialogar, eso es como pedirle a un pez que nade. La democracia se basa en eso, en consensos, y los consensos son, siempre y por fuerza, parcialmente insatisfactorios.
La democracia no debe hacerse en las administraciones (desde las municipales hasta las nacionales) y nosotros los ciudadanos contemplando desde afuera, con una actitud pasiva y de aceptación total: si la administración es buena seguiremos consumiendo o, nos veremos impedidos de consumir por los actos de esos políticos. El tema no se centra solamente en lo económico, aunque sea el que pega de modo más evidente. Pongamos por ejemplo el caso europeo, montados en un evidenciado bienestar se despiertan, vaya uno a saber de dónde, brotes irracionales (los nacionalismos regionales, el racismo, los skinheads, etc.), se cree simplonamente que con tener solucionado el problema económico se tiene todo solucionado. Un absurdo total. Es pretender que cuando se llega a cierto punto de la historia, todo se congela, y ponemos piloto automático hasta el fin de los tiempos. La realidad funciona de otra manera y no podemos mirar hacia el costado ante hechos peligrosísimos: globalización del infortunio y depredación del medio ambiente.
La brecha entre los ricos y los pobres, es abismal, la concentración de la riqueza está en niveles alarmantes, nunca antes vistos. La época de la guerra fría era más clara, hoy han cambiado también las supersticiones de los países centrales para con los más desfavorecidos. Incluso sociedades de lo más avanzadas piden a gritos el cierre de sus fronteras, entre otros dislates. Tarde o temprano, lamentablemente, estas actitudes terminan en violencia, porque nacen de la violencia, de la miseria, de la exclusión, de la marginación, del hambre al fin, que son violencia criminal, no sólo el terrorismo mata, las desigualdades extremadas matan y al que no, lo resienten obligadamente.
La humanidad, siempre ha tenido la certeza que, aunque nuestra vida sea finita, algo habría de sobrevivirnos, como continuación inevitable; hoy por primera vez en la historia, existe la real posibilidad que la raza humana desaparezca, junto con su entorno. Siempre pensé que, tal vez sin quererlo, Ortega y Gasset había formulado la gran frase ecológica de la historia: “Uno es uno y su circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo a mí”.
Otro peligro latente, o quizá oculto aún, es la militarización de la globalización, con el delegado poder de gendarme a EE.UU., por imperio de la ley del más fuerte, no de la indiferencia, se plantea un futuro amenazador para ciertos sectores, de los que nunca podremos declararnos ajenos. Las coaliciones son efímeras por definición, las alianzas tampoco son decididas por los pueblos y las reglas de juego no son las mismas para todos, dependiendo de unas coyunturas tan inestables como los conceptos de libertad e independencia lo han sido a lo largo de la historia, dependiendo del poder hegemónico de turno; o nos quieren hacer creer que el amor y la libertad son la revista penthouse.
Soledad cultivada y narcisismo es esta nueva cultura, el aislamiento enmascarado en una parafernalia de comunicaciones que, al saturar a la gente de información, sólo la desinforma y el egocentrismo de creer únicamente en el progreso personal, por sobre el avance de las sociedades forma un sujeto peligroso para sí mismo y para el entorno, creedor de una prosperidad artificial, con la indolencia profunda que sólo el desinterés por el semejante pueden provocar.
¿Por qué las ideologías han perdido su fuerza explosiva, su luz y su dinamismo? Quizá, porque las ideologías dejaron de ser conductas para quedarse en programas políticos siempre repetitivos, cándidamente utópicos por parte de la izquierda y astutamente retóricos por parte de la derecha. Son las consecuencias de no haber hecho la revolución.
Esto lo dice Albert Boadella, con la clarividencia del juglar: Quizá el único camino que le queda a la izquierda es convertirse en policía del neoliberalismo
José Luis García Sánchez, el genio que creció a la sombra de Rosa León, ha dicho agudamente que ya no hay izquierda porque los pobres no se juntan. También es cierto que les es muy difícil juntarse, no se puede construir una unión real cuando los problemas son tantos y tan acuciantes como llenar un plato de comida todos los días.
El poder real pasa por carriles que solo tienen que ver con las compañías transnacionales, los ministros son hoy en día viajantes de comercio de las empresas y el presidente es jefe de ventas, de mas esta mencionar a los ex presidentes. Y las empresas hacen lo que se les pasa por los huevos. En Italia, que es un país muy inteligente, ya han colocado directamente al empresario en el gobierno. ¡Perfecto!
Un caso que merece análisis aparte son los foros contrarios a la globalización-ecológicos, tal vez la última reserva moral. No comparto todos los métodos y acciones que adoptan, pero es lo que hay, que no es poco.
La gente que ronda los treinta años son, como tantas otras, una generación de sobrevivientes; se adaptan; son de una flexibilidad exigida, en su ciega carrera por resistir, mantenerse y vencer incluso ven en el oportunismo un valor. Pero intuyo que no es porque quieran, es porque no les queda otra posibilidad, nada o poco le pudimos dejar las generaciones anteriores; el último intento que recuerdo fue en el mayo del 68 francés (parisino para más datos), que no fue la toma del palacio de invierno; fue el fin de la diversión, el fin de la década del sesenta; fue el fin de todo, se politizó la historia hasta un punto de no retorno.
Hoy el gran lema es lo quiero todo y enseguida: ya y ahora; son tan torpes que confunden, por aturdidos, realidad y ficción, les cuesta discernir la diferencia, gran responsabilidad de esto la tienen los medios de comunicación, el paradigma de esto es la película matrix, por cierto, hasta el cine, que fue arte y militancia, pasión mística de debate y esclarecimiento, se ha transformado en un negocio de palomitas de maíz. Así están las cosas. Se quejan de la globalización, y tienen en sus manos un arma potentísima e incruenta: no consumir, pero claro, eso no es cómodo, y no está de moda.
Observando a una joven amiga que anda por los treinta, la veo en el peripatetismo absoluto: sola o con su amiga esotérica; con su peinador cubano, homosexual, estilista y marxista; sus toneladas de maquillaje, esa burka del occidente; su llanto por un niño iraqui (o kosovar, lo mismo da), que mañana no recordará, que ya no recuerda; su mascarilla de kiwi, toda verde insustancial; su anorexia mal llevada, con un yogurt verde, como la mascarilla; Su poncho “étnico”, que la conecta con la (una) tierra; su manía alienada de depilarse, como para ocultar el mínimo resto natural que podría quedarle; su esquizofrenia cultivada; su chat-room vacío, pero atiborrado de gente; su falta de personalidad, disfrazada en uniformidades que cree originales: su treintañerismo fácil, que ya le está quedando chico, como cuando una mujer engorda, pero insiste en comprar talla XS.
Uno debería, a pesar de todo, conservar un espíritu optimista, una actitud de confianza, quizá por un problema generacional no llego a comprenderlos, como sé que ellos no me comprenden. Acaso es desapego indolente que asumen, o es cansancio moral, que muchos tenemos.
Hay que asistir a los cambios, si es que los hubiere, con espíritu crítico, y no olvidar que ningún cambio elimina lo anterior. Nunca. Mientras Joaquín Sabina, Manu Chao y Los Simpsons sigan siendo populares, creo que aún hay esperanza. ¿O era lo último que se pierde?.

“Se exterminó la utopía, pero no la memoria”
Andrés Rivera

Salut!!!